sábado, 13 de septiembre de 2008

EL SEMÁFORO


Aquel Día, me desperté con mucha flojera y renegando con el trabajo pude deshacerme de las cobijas.
Me dirigí al baño arrastrando los pies, mientras maldecía por tener que levantarme de la cama sin poder quedarme en ella todo el día.

Desayuné con los ojos tan cerrados como mi mente. Tal pereza me dominaba que por no meter el pan en la tostadora, preferí comerlo frío y beber la leche directamente de la botella.

¿Por qué tener que trabajar? Esa si era una maldición. Salí de la casa en dirección a mi oficina, en mi automóvil con asientos de piel y calefacción observando en el camino, el pavimento humedecido por la lluvia y seguía maldiciendo por tener que ir a trabajar.

El semáforo marcó el alto y, de pronto como un rayo, se colocó frente a todos los automóviles algo que parecía un bulto.

Por curiosidad abrí mis ojos y pude descubrir que lo que parecía un bulto, era el cuerpo de un joven montado en un pequeño carro de madera.

Aquel hombre no tenía piernas y le faltaba un brazo, sin embargo con su mano izquierda lograba conducir el pequeño vehículo de madera y manejaba con maestría un conjunto de pelotas con las que hacía malabares.

Las ventanillas de los automóviles se abrían para darle una moneda al malabarista que llevaba un pequeño letrero en el pecho.

Cuando se acercó a mi auto pude leer: “Gracias por ayudarme a sostener a mi hermano paralítico”

Con su mano izquierda señalo hacia la banqueta y ahí pude ver a su hermano; sentado en una silla de ruedas, colocada frente a un atril que sostenía un lienzo. El movía magistralmente con la boca un pincel que daba forma a un paisaje.

El malabarista mientras recibía ayuda, vio el asombro en mi cara y me dijo: ¿Verdad que mi hermano es un artista? Por eso escribió esta frase sobre el respaldo de su silla que dice: “GRACIAS SEÑOR POR LOS DONES QUE NOS DAS, CONTIGO NO NOS FALTA NADA”

Recibí un fuerte golpe en mi interior, mientras el hombre bulto se retiraba y el semáforo cambiaba su luz del rojo al verde.

Mi semáforo interior cambió desde ese día. Nunca más se me volvió a encender la señal de alto, que me paralizaba por la pereza. 

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